Lola en el recuerdo: Un dolor químico tóxico

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Conocí a Lola en la primavera del año 2004, en Barcelona. Habíamos hablado multitud de veces por teléfono pero todavía no nos habíamos visto. Yo estaba investigando sobre los efectos en la salud de las personas de los productos químicos tóxicos, casi 104.000 sustancias químicas peligrosas que hay liberadas en el medio ambiente para el que luego sería nuestro documental Carga tóxica. Localicé a varias personas afectadas. Lola destacó enseguida por ser muy activa, estaba encantada de participiar en nuestro documental, quería contar su caso para que no volviera ha ocurrir nada parecido.

 

 

Lola se ganaba la vida en el servicio de limpieza de un hotel de lujo barcelonés que fumigó con productos químicos tóxicos las habitaciones, práctica regular en este tipo de establecimientos. Ocurrió en marzo de 1999 cuando habitaciones y pasillos fueron desinfectados con una mezcla de, al menos, 15 productos, entre los que se detectaron organosfosforados y organoclorados, piretroides, diazinon, butóxido de piperonilo, permetrina, tetrametina o ciflutrin.

«No nos avisaron cuándo se podía entrar a trabajar y comenzamos la jornada laboral antes que se cumpliera el plazo de 48 horas que marca la ley. Al empezar el turno observamos una neblina grisácea, supuestamente tóxica. El aire acondicionado estaba tapado y no había ventilación», me explicaría Lola ya en vivo y en directo en Barcelona. Por ello estaba de baja permanente en el trabajo. En su vida cotidiana no podía utilizar los típicos productos de limpieza o de higiene personal, ni ir al cine o cualquier otro lugar cerrado y hasta un ambientador le daba alergia. «No puedo cargar con peso y al llegar a casa después de entrar en un sitio que haya sido lavado con lejía o cualquier otro producto químico me voy a la cama del cansancio que siento», argumentaba.

 

 

Los responsables del hotel pidieron a estas trabajadoras que hicieran rápido el trabajo para que pudieran entrar los clientes. Tras la intoxicación, los tóxicos continuaron pegados a moquetas, cortinas o pintura de las paredes porque no se cambiaron. De esta manera, los propios clientes, aunque en dosis más bajas, también fueron expuestos a los agentes bioacumulables. Un cargo de las instalaciones hoteleras nos diría: «los síntomas que las empleadas dicen padecer no son objetivables con análisis clínicos, sólo se basan en sus manifestaciones».

Lola continuó su lucha como trabajadora para que se reconociera el daño que les habían hecho. Y como ciudadana, no quería que otros pasaran por su experiencia. Lola se fue apagando y un cáncer acabó con su vida en 2006. Murió sin que se hiciera justicia; los tribunales no le dieron la razón.

Muchas veces me he acordado de Lola, uno como periodista no puede mantenerse al margen de realidades así; cuando las conoces forman parte de tu equipaje, de por vida. En aquel año de 2004 en Barcelona escuché por primera vez hablar del Síndrome Químico Múltiple (SQM). Estos días otras personas afectadas por dicho síndrome han conseguido visibilizar (cursilada de palabro) su problema. Prendió la mecha mi amigo Pedro Simón en el diario El Mundo dedicando un excelente reportaje -Pedro es uno de los periodistas de redacción que mejor escribe en este país- a Elvira Roda una joven afectada por esta dolencia. Han tomado el relevo Tele5, TVE, El País y multitud de medios de comunicación. Ya era hora que el tema «explotara» en los grandes medios.

 

 

Esta semana conversaba con Paqui, una alicantina afectada de SQM. Sus palabras son certeras: «La SQM no es una enfermedad rara, es una enfermedad emergente a consecuencia del vertido al ambiente de miles de químicos. Aunque viene de antes, lo gordo es desde los años 50. A partir de ese momento los químicos interactúan entre ellos, y luego vuelven a interactuar con la química de nuestro cuerpo. Todos estos procesos generan nuevas sustancias químicas. Llega un momento en que nuestro cuerpo no los tolera Y van produciendo patologías o alterando el ADN».

Paqui, como Mariajo, otra afectada que vive en Madrid, son una guías de lujo en el estercolero químico en que vivimos; medidores humanos del impacto ambiental que están causando industrias concretas cuyo negocio es la venta de productos tóxicos. Ellas son la punta de lanza de un problema que no va más que a agravarse en los próximos años.

Mientras charlo con Paqui la conversación se interrumpe, van a fumigar los jardines de la urbanización donde vive. Cuando retomamos el hilo de la plática afirma: «Es desesperante, estoy buscando un lugar limpio donde vivir y no lo encuentro sin que ello suponga separarme, al menos físicamente por temporadas largas de mi familia».

 

 

El progreso, el bienestar, tal y como los conocemos hoy, también pueden ser asfixiantes; pueden llevarnos a la caverna, al aislamiento, al malestar. Hoy muchas personas se rebelan contra este dolor químico tóxico. Luchan por sobrevivir en un mundo sintético que les agrede y con su ejemplo vital nos anuncian la necesidad de cambiar la cultura de la toxicidad -que sólo beneficia a unos pocos- por la cultura de la sostenibilidad, la ecología y el esfuerzo por vivir en un mundo donde las personas sean parte de la naturaleza y no su peor enemigo.

Hoy volveré a acordarme de Lola. Saldré a tomarme una cerveza y si necesito utilizar el servicio del bar, allí estará, la misma empresa especializada en fumigaciones, con cuyos productos se fumigó a Lola, expande sus negocios por los retretes de medio país.